Historia de la Medalla Milagrosa

Un regalo venido del cielo
En medio de mil batallas, preocupaciones aflicciones y de las angustias de las cuales está lleno nuestro camino, no es posible tener un mejor reposo que contemplar la Medalla Milagrosa y pensar: "En esta vida donde es necesario realizar lo irrealizable vencer lo invencible, tener fuerzas que no sabemos de dónde vendrán, necesitamos tener una confianza enorme porque, en las horas oportunas, Nuestra Señora vendrá, nos sonreirá y nos ayudará"
La Medalla Milagrosa fue acuñada y se difundió con una sorprendente rapidez por el mundo entero, y en todas partes fue un instrumento de misericordia, arma terrible contra el demonio, remedio para muchos males, medio simple y prodigioso de conversión y de santificación. En 1806, la Providencia hacía nacer una niña destinada a representar un inmenso papel en su tiempo y en los siglos futuros. Santa Catalina Labouré nació en Francia en el seno de una familia cristiana y numerosa y a los 23 años ingresa como religiosa en la Congregación de las Hijas de la Caridad, fundada por San Vicente de Paúl.
Primera aparición
El 18 de julio de 1830, Santa Catalina oye una voz infantil que la despierta y ve un niño que emanaba una gran luz, el cual le dice "Hermana, hermana, ven a la Capilla, la Santísima Virgen te espera" . Era un ángel. Catalina lo sigue hasta la Capilla del convento. Allí, cerca del comulgatorio, Nuestra Señora se le aparece y se sienta en el sillón reservado al sacerdote.
Allí la Santísima Virgen le dice: "Hija mía, el Buen Dios quiere encomendarte una misión. Tendrás mucho que sufrir, pero superarás estos sufrimientos pensando en que sufres para la gloria del Buen Dios. Serás atormentada, incluso en aquello que digas a aquel que está encargado de conducirte. Pero tendrás la gracia. No temas y dilo todo con confianza y simplicidad [...] Los tiempos son malos; calamidades se precipitarán sobre Francia. El Trono será derrumbado. El mundo entero será trastornado por males de todo orden" .
Segunda aparición
El 27 de noviembre de 1830, estando en oración en el coro junto a las otras religiosas, Santa Catalina ve nuevamente a Nuestra Señora, quien sostiene en sus manos un globo coronado por una cruz de oro, que Ella misma ofrece al Padre Eterno. Poco después la esfera desaparece y la Santisima Virgen deja caer suavemente sus manos a lado y lado de su cuerpo. Los anillos de sus dedos, comienzan a irradiar unos rayos de luz bellísimos que llegan hasta el suelo y en ese momento se forma un óvalo alrededor de la Madre de Dios con la frase "Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos" .
La Santísima Virgen dice a Catalina: "Estos rayos son los símbolos de las gracias que yo derramo sobre quien las pida. Los anillos de los que no salen rayos representan las gracias que algunos se olvidan de pedirme. Haz una medalla según este modelo. Todas las personas que la usen recibirán grandes gracias, llevándola al cuello. Las gracias serán abundantes para las personas que la usen con confianza"
Tercera aparición
Después de la visión, Santa Catalina vuelve a hablar con su confesor, el Padre Aladel, quien sigue manifestándose incrédulo. Pocos días después, en el mes de diciembre, la Santísima Virgen visita a Catalina por tercera y última vez, exactamente como en la última aparición. Nuestra Señora le insiste en la confección de las medallas y le dice: "Hija mía, de ahora en adelante no me verás más, pero oirás mi voz durante vuestras oraciones"
Origen del nombre
En 1832 se acuñan las primeras medallas y en pleno carnaval, irrumpe en París una terrible epidemia de cólera que en poco tiempo ocasiona alrededor de 20,000 víctimas mortales. Las Hijas de la Caridad no sabian ya que hacer para ayudar a los enfermos. Es entonces, cuando comienzan a distribuir las medallas que habían recibido del Padre Aladel y -oh prodigio-, los enfermos que las reciben quedan curados. En poco tiempo se difunde por todo el orbe católico, la noticia de que Nuestra Señora había indicado personalmente a una humilde hija de la caridad, el modelo de una medalla que mereció este título: "milagrosa". Milagrosa por las grandes y abundantes gracias derramadas, tal como prometió la Santísima Virgen sobre aquellos que la usen con confianza.